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lunes, 29 de octubre de 2012

José Miaja Menant (1878-1958)

Presidente de la Junta de Defensa de Madrid, participa como jefe del Ejército del Centro en todas las campañas desarrolladas en la periferia de la capital, convirtiéndola en inexpugnable para los objetivos franquistas

En el entierro de José Miaja Menant, el coronel del Estado Mayor mexicano, Vicente Guarner, definió al difunto como un soldado que "supo servir al pueblo austeramente y ser leal al régimen al que prometió, por su honor, defender y apoyar". Como compañero de gremio, tenía interiorizada la perspectiva necesaria para entenderle bien. El general Miaja, que se convirtió en mito como defensor de la capital, nunca entraba en controversias políticas: fue un militar profesional que juró servido a un Gobierno y puso su honor en el empeño, arrastrando, primero, los recelos que albergaba el Frente Popular hacia sus propios oficiales, y luego las torpes sobreactuaciones con que trataron de lucirse en un drama bélico los actores acostumbrados a declamar en comedias parlamentarias. 

Miaja nace en 1878, hijo de un obrero de la fábrica de armas de Oviedo, pero no es su origen social lo que determina su vocación sino la amistad de sus progenitores con el comandante Francisco Guerra, cuya figura le seduce desde la infancia. Al terminar el bachillerato, Miaja pide el ingreso en la Academia militar de Toledo. Vuelve con el grado de 2° teniente y una desazón de disciplina y gloria castrense que, ante la alarma de su padre, progresista, le empuja a irse voluntario a Marruecos. Permanece en el Protectorado media vida, hasta 1932, con breves paréntesis entre Oviedo y Alicante, y allí, además de su estado civil -con la hija de un capitán-, ve cambiar varias veces su rango militar. Se licencia como coronel del Regimiento de Melilla. Su secretario personal desde 1936, Antonio López Fernández, compañero en el exilio y biógrafo privilegiado, revela que en Marruecos Emilio Mola trata en vano de insuflarle inquietudes políticas.

Dos años después de que sea proclamada la República, Miaja es ascendido a general de Brigada y el Gobierno de Martínez Barrio le entrega el mando de la 1a Bridada de Infantería, con sede en Madrid. Cuando Gil Robles le pide un informe sobre los mandos militares sospechosos de confabular con la Revolución de Asturias (1934), Miaja le contesta con otro que denuncia el peligro que representan generales supuestamente antirrepublicanos como Mola, Franco, Goded y Fanjul. Un celo tan extravagante merece su ostracismo en Lérida, hasta que el Frente Popular lo rescata y Miaja llega a ser ministro interino de Guerra   -febrero a mayo de 1936-, reiterando en su mandato la necesidad de destituir a los generales citados. A continuación, hereda la Capitanía General de la 1ª Región, y un par de conatos de insurgencia le ponen sobre aviso de que el levantamiento es inminente. Miaja sustrae del cuartel de la Montaña los 50.000 cerrojos de fusil y las municiones que Gil Robles traslada desde el Parque de Artillería, aunque no es partidario de entregárselos a las masas.

Cuando estalla el golpe, Martínez Barrio le encarga el Ministerio de Guerra. Miaja es su titular por espacio de ocho horas y el único  responsable que llega a jurar su cargo en el abortado gabinete. López Fernández cuenta que, cuando llega Giral y pregunta a los miembros del Gobierno de su predecesor si puede contar con ellos. Miaja le responde: "Menos conmigo". La versión de su biógrafo es que no quería formar parte de un equipo tan débil y decaído. Eso sí, el general toma la iniciativa de llamar a su ex compañero Mola, que se encuentra en Navarra, y preguntarle: "¿Cómo se ha declarado ahí el estado de guerra sin haberlo ordenado este Ministerio?". El interpelado aduce: "Las circunstancias especialísimas aquí imperantes, sr. ministro". Miaja le apremia: "En una palabra, acabemos pronto: ¿Está usted sublevado?"; y, ante la corroboración de Mola, concluye: "Aténgase a las consecuencias", y cuelga el teléfono.

Su primera misión es sostener en la medida de lo posible el Frente de Córdoba ante la impetuosa ofensiva del Ejército de África, pero, al parecer, el ministro de Guerra, teniente coronel Sarabia, no está conforme con una táctica tan poco ambiciosa y le insta: "General, ¿cuándo entra usted en Córdoba?", a lo que Miaja responde: "Nunca". Después se le encomienda la Comandancia militar de Valencia, en la que mantiene constantes enfrenamientos con los comités revolucionarios de partidos y sindicatos, muy poco afectos a la clase militar. A estos desencantos se unen la detención de su hijo José, en el Frente de Talavera, y la del resto de su familia, en Melilla. Todos ellos son canjeados -el primogénito por Miguel Primo de Rivera- cuando Miaja ya ha resistido las primeras embestidas franquistas en Madrid.

El 28 de octubre de 1936, el Gobierno le devuelve la Capitanía General de Madrid, pero hasta el 6 de noviembre no le notifica que las altas instituciones van a trasladar su sede "sacrificándolo todo a la eficacia y pasando por el trance amargo de tener que alejarse en momentos difíciles", y encomendarle a él la Presidencia de la Junta de Defensa. El presidente Largo Caballero le pide su opinión y el general contesta que el Gobierno debía haber salido hace 15 días, ya que no sabe cómo se lo tomará el pueblo ante la inminencia del asedio. Horas más tarde, ya con el Gobierno camino de Valencia, Miaja y el general Sebastián Pozas, jefe del Ejército del Centro, reciben sendos sobres con la misteriosa orden de que los abran a las seis de la mañana, y la todavía más extraña circunstancia de que las instrucciones que contienen están intercambiadas: las que van dirigidas a Miaja en el sobre de Pozas, y viceversa.

El general asturiano no espera a que den las seis, lee el encargo y se pone inmediatamente a inspeccionar las defensas de Madrid y a planificar los abastecimientos. Lamenta la escasa organización de las fuerzas, pero celebra que el Gobierno no haya valorado a un puñado de militares de altura y no se los haya llevado a Valencia; entre ellos, al teniente coronel Vicente Rojo, a quien nombra jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa. Al día siguiente llegan los delegados de los partidos políticos entre los que reparte las consejerías de la Junta, y el 9 de noviembre las Brigadas Internacionales y la columna de Durruti, quien morirá el 20 de ese mes en Ciudad Universitaria. Miaja descubre además que lo único que el Gobierno ha dejado pormenorizado es un plan de evacuación de la capital en tres días, pero sus intenciones son distintas: "En Madrid no se puede retroceder. Quien dé una orden de retirada está cometiendo un acto de traición. De mí sólo recibiréis una orden: la de avanzar", matiza.

Las tropas franquistas inician el ataque, pero un golpe de fortuna acude en socorro de los defensores: el capitán de un tanque apresado en la Casa de Campo muere con el plan de operaciones en el bolsillo, por lo que Miaja sólo tiene que reforzar los puntos clave del ataque. Durante todo el mes de noviembre, las fuerzas de los sublevados son detenidas a duras penas en la zona de Moncloa y Ciudad Universitaria. Mientras tanto, Miaja coordina todas las labores de retaguardia propias de una ciudad atacada y, a comienzos de diciembre, se preocupa también de encargar al anarquista Melchor Rodríguez -por orden del ministro de Justicia, Juan García Oliver- la vigilancia de las prisiones para evitar sacas y matanzas indiscriminadas como las que se han sucedido durante este mes en Paracuellos del Jarama.

Durante los tres primeros meses de 1937, los sublevados vuelven a atacar la capital: en enero por la carretera de Burgos, en febrero por la cuenca del Jarama y en marzo por el noreste, con la participación de tropas italianas que llegan a romper la línea defensiva pero que son finalmente detenidas en Guadalajara. Estas operaciones certifican el estancamiento de los frentes de Madrid hasta el fin de la Guerra.

Con posterioridad, Miaja dirige otras campañas meritorias pero oscurecidas por la batalla de la capital, como la ofensiva en La Granja (Segovia), en mayo de 1937, o, sobre todo, la defensa de la Sierra del Maestrazgo, en la primavera de 1938, cuando Franco, después de la toma de Teruel, opta por atacar Valencia antes que Cataluña. Miaja se vale de la dificultad del terreno para organizar un retroceso escalonado que le sirve para multiplicar las líneas defensivas administrando con sensatez los recursos. El general Díaz de Villegas considera que es la mejor batalla defensiva del Ejército popular, y Franco aún no ha logrado avances significativos cuando los combates en esta zona quedan engullidos por la Campaña del Ebro.

A pesar de los éxitos militares, la relación de Miaja con las autoridades políticas es siempre controvertida. López Fernández recuerda, en pleno asedio de Madrid, el enfado de Largo Caballero por el saqueo del almacén de armas de Albacete, la visita de un delegado gubernamental con la única finalidad de poner a salvo la cubertería del Ministerio de Guerra -Miaja le despacha con un: "Haga usted saber de mi parte al sr. ministro que los que hemos quedado en Madrid aún comemos"-, la adición del adjetivo "Delegada»"a la Junta para que quede claro quién tiene el mando y el conflicto que se genera cuando la Junta de Defensa, tras pedir en vano al Gobierno una remesa de cremalleras para trajes de piloto, las adquiere por su cuenta en el extranjero. Largo Caballero envía a Miaja un mensaje recordándole que el organismo que preside está subordinado al Gobierno y que no tiene autorización para realizar esas compras por su cuenta. El general le ofrece tácitamente su dimisión al contestarle: "Yo no he olvidado nunca mi dependencia del Gobierno. En mi ya larga vida militar nunca fui insubordinado ni respetuoso y le recomiendo la urgencia de mi relevo por otro general que merezca su confianza".

Con estos antecedentes, no es de extrañar que Miaja sea, junto a Rojo, uno de los más fervientes partidarios de que las milicias se integren, por encima de los partidos, en un único Ejército popular. A todo aquél que antepone la política a la guerra le responde: "Y si perdemos la Guerra, ¿qué régimen político cree usted que imperará?". Este enfoque se acerca al de los comunistas, y de hecho Miaja llega a poseer un carné del PCE. Sin embargo, mientras que Javier Tusell insinúa que el "apolítico" Miaja experimenta en algún momento "la tentación de ingresar en el partido del que se decía que hacía las cosas mejor que nadie", López Fernández lo interpreta de otra manera: "Para garantizar su lealtad, al general Miaja se le dotó de un carné del partido como si con ello se le pudiera hacer comunista de la noche a la mañana". El ex secretario personal afirma no haber "conocido carácter más independiente que el del general Miaja", y recuerda que si el Gobierno de Negrin, supuestamente proclive a los comunistas, no destituyó a Miaja, fue porque su prestigio obligaba a disculparle bajo la teoría: "Son excentricidades de Miaja".

Voluntariamente o no, Miaja es un factor decisivo en la caída de Largo Caballero en mayo de 1937. Los hechos se precipitan cuando Largo le pide a Miaja tropas para acometer una ofensiva en Extremadura y contrarrestar la caída del Frente del norte. Por prudencia o por avaricia -así lo llama Tusell-, y quizá instigado por el PCE, Miaja responde educadamente que no lo ve posible. Según el comunista Jesús Hernández, "Largo Caballero, lleno de cólera, arrojando el documento sobre la mesa (...), decía al Consejo de Ministros reunido: ¡Esto es intolerable, con este general no puedo! ¡Señores, o Miaja o yo!». Los comunistas del gabinete se retiran y Largo Caballero comprende que eso significa que ya no tiene mayoría para gobernar.

El general no tarda en darse cuenta de que el Ejército popular lleva aparejado el control del PCE. En marzo de 1938, es él quien le da a Prieto la noticia de que ha corrido el mismo destino que Largo Caballero cuando le llama para preguntarle a qué se debe su destitución.

En noviembre, tras una maniobra parecida en el Ejército de Centro, Negrín encarga a Miaja que elabore un informe al respecto, y éste sugiere "que se subordine al mando militar el Comisariado Político" y "prohibir, en bien de la disciplina y por la integridad del Ejército, la injerencia política (...), evitándose con ello la política proselitista del PCE". Tras un encuentro con los comunistas, Miaja modera sus críticas, pero la ruptura definitiva no tardará en llegar.

Con la caída de Cataluña, Miaja, general en jefe del Ejército Centro-Sur, comprende que ya no cabe más que rendirse, y se plantea solicitar la mediación de Inglaterra y Francia. Rojo le escribe que, si los políticos se niegan a escucharle, no se ande con escrúpulos y los fusile por el bien de España. El 3 de marzo de 1939, él y el general Matallana, jefe del Estado Mayor de la zona, se reúnen en Valencia con Negrín y le piden al Gobierno que se retire y deje a los militares entablar negociaciones con sus compañeros del otro bando, ante quienes resultarán menos odiosos que los políticos comunistas. Al día siguiente, Miaja, Matallana y Segismundo Casado son relevados, así que conciertan una junta de jefes del Ejército con el propósito de declarar ilegal el Gobierno de Negrín. La iniciativa se solapa con la de Besteiro, pero Miaja es nombrado presidente del Consejo Nacional de Defensa, hace uso de su autoridad para disuadir a los cuerpos de carabineros que iban a secundar el contraataque del Partido Comunista y, con estas fuerzas y las de Cipriano Mera, sofoca la rebelión el 12 de marzo. Dos de los miembros del Estado Mayor de Miaja son los encargados de parlamentar con Franco, pero el fracaso de las negociaciones le obliga a salir de España el día 28. Se establece en México, donde llega a ser general contratado del Ejército de otra república que no se le hará tan difícil de defender.

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